Mis ojos son los que te hablan, Pincoya. La alegría de estar con mis padres cerca de tus flores, de tus verdes. Los conejos que corren por allí, libres, en mi patio; mi abuela
regando sus plantitas y yo, aquí, contigo, Pincoya”
Qué bueno verlos volar por mis calles. Sentir sus carcajadas crecer a la distancia, reconocer los gritos desesperados de los que nunca antes habían subido a una “cleta”. De alguna manera, sus madres se involucran con el juego; salen de sus casas con sillas y petacas, aprovechando el frescor de la caída de la tarde.
Nuestros momentos traspasaron mis fronteras. Lo que aquí ocurrió tomó un significado social y político; la fuerza y el empeño que expresamos sirvió de ejemplo para infundir nuevas miradas, para que las ganas de creer se expandieran. En ese clima de alegría, de atención, el poeta estuvo aquí y una parte de mí se llenó de su poesía, de su recorrido por la vida.
Tu imagen juvenil y la atractiva mirada morena que acompaña tu sonrisa, me hablan de seducción. Sin embargo, decidiste no quedarte para siempre, José.
El sol calienta con fiereza nuestras calles y sus risas, mis pequeñas, dependen de la caricia fresca del agua. Todo vale para el juego, todo sirve para la locura tierna de mi regazo.
Oh... no puedo adivinar! Me están invitando, pero no sé quién es el celebrado o qué niña feliz espera su regalo. ¡Ya voy!
Te vuelves buscando ese horizonte infinito de promesas, ese horizonte que se instala más allá de mis corazonadas y te habla de hijos y nietos, de historia pasada, de dolores y pérdidas. Sin embargo, has dejado de esperar, porque tienes la experiencia almidonando tus hombros, reconfortando tu paciencia.
“Aunque mi madre me haya llevado a probar suerte a otros lugares hermosos; cuando salía de ti Pincoya, algo de mí se quedaba vacío. Por suerte, mis abuelos se quedaron y me invadí de tu abrigo al regresar”.
¿Sabrán, mis niñas, que vino casi de incógnita?. No importaba quién supiera que ella estaba allí. Lo importante era encontrarnos, acompañar a los que sufren. Nos sentimos acariciados con su sola presencia, porque llegó a nosotros, a mí, en un acto de amorosa fe.
Suenen tambores! Suenen zampoñas! Que la raíz cale hondo en los corazones de todos nosotros. Que los deseos de crear unidos, de salir del aislamiento, de provocar sensaciones y deseos en muchos o pocos, le dé forma a comunidades, a organizaciones que llenen de colores mis formas...
Has hecho un modo particular de sobrevivencia, le has dado el corazón a un oficio y cada momento de tus manos, el artesano se hace maestro. Tal vez te condujo la cesantía, la preocupación de tu hembra o la mirada traviesa del destino. Lo importante es que estás aquí y, sea cual sea tu universo, me das movimiento...
Conservo la frase dulce, la preocupación reiterada, las ganas de hacer pese a las contradicciones del momento. Tu mirada de antaño y de hoy, me cubre de niños, de prácticas saludables, de pedaleo de bicicleta. Me he sentido acompañada, incluso cuando he dejado de sentirme...
Mis barrabases, ustedes mis niños han alcanzado la victoria y hoy se reúnen para mostrarme sus pícaros rostros. La garra, la pasión, la amistad han sido los incentivos; el triunfo, un estímulo para sus sueños.
Senderos... Dos viajes: uno de ida y otro de regreso, y sin embargo, caminan de la mano, cuidando –piel a piel– el siguiente paso.
Palmo a palmo, sol a sol, impregnándote uno a uno de los materiales que mi tierra te ofrece. Señalas el inicio de tu estancia, el pequeño espacio que cubrirás de familia...
Lugares que permiten la risa generosa, la entrega, la palabra. Estás allí, acompañándonos aún hoy, como el ave fénix de las ideas, imprimiéndole tu sello a los tiempos que vendrán, insondablemente...
Tanta espera y, al fin, ese documento te dice que te pertenezco, que se cierra un ciclo... que valió la pena haber perseguido un sueño.
La mirada, entonces, se levanta con nuevos bríos... es tiempo de decir a los niños que, desde ahora, somos dueños amorosos de una parte vital del horizonte.
Detectaste la urgencia, la misma que en algún momento te agarrotó los huesos cuando las llamas se llevaron el sueño del “mexicano”. El silencio inspiró la acción, junto a otros esfuerzos se inició la búsqueda cariñosa, la entrega voluntaria. Sin embargo, mis laderas continúan encendiéndose, mis grifos se mantienen sellados, los braceros invernales se voltean y niños y viejos aún se calcinan encerrados y solos... Entonces, la tarea es titánica y el tiempo no determina sus fronteras.
Cuánto me enternece la seriedad con que toman este sencillo momento, donde la unión reconocida por la civilidad otorgará ciertas garantías, donde el amor simplemente no basta, donde los sueños y el compromiso de sangre no bastan, donde la mirada generosa de los que te protegen no basta. Entrarán de la mano a su hogar, a mi vientre torneado por sus figuras y reirán complacidos, porque el contrato -al final- no importa tanto...
Me inundan con sus gritos y cánticos efusivos después de la victoria. El momento los aísla del germen cotidiano, de la rutina de la sobrevivencia, del cálculo sofisticado de la droga, del peso magnético de la historia. Por un instante que se alarga en sonrisas, mi devenir los proclama gigantes...